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Friedrich Nietzsche no fue un filósofo convencional. Tampoco buscaba serlo. Vivía al margen del sistema, escribía al límite de la lucidez y se adelantaba a su tiempo con una claridad que todavía incomoda. Su pensamiento no fue un simple aporte a la historia de la filosofía: fue un sismo. Uno que aún sigue sacudiendo los cimientos de la cultura, la moral y la psicología contemporánea.
Sin embargo, ese legado ha sido uno de los más peligrosamente distorsionados de la historia del pensamiento. Nietzsche, con su pluma afilada y su odio a las verdades impuestas, fue convertido en un monstruo por quienes necesitaban justificar monstruosidades. Lo usaron los totalitarismos. Lo banalizó la cultura pop. Y lo olvidaron aquellos que no supieron leer entre las líneas de su furia.
Pero si uno se atreve a entrar en su abismo, sin miedo y sin prejuicios, lo que encuentra no es oscuridad. Es una forma brutalmente honesta de despertar.
La voluntad de poder: mucho más que ambición
De todos sus conceptos, la "voluntad de poder" es quizá el más radical y también el más malinterpretado. Muchos lo han reducido a una sed de dominio, a una filosofía de la fuerza y la imposición. Pero Nietzsche hablaba de otra cosa.
La voluntad de poder es la energía vital que empuja a todo ser vivo a superarse, a expandirse, a afirmarse incluso en el sufrimiento. No es una voluntad de controlar a otros, sino de trascenderse a sí mismo. Es una filosofía del crecimiento interior, del riesgo creativo, del salto hacia lo desconocido.
Hoy, en una era donde la autoayuda confunde "superación" con productividad, y el éxito se mide por validaciones externas, Nietzsche nos recuerda que el verdadero poder es el de crear nuevos valores cuando los antiguos ya no nos sirven.
El superhombre: el mito que no comprendieron
Pocas figuras han sido tan manipuladas como la del "Übermensch" o superhombre. Para muchos, una imagen arrogante de superioridad. Para otros, un ideal fascista. Pero nada más lejos del Nietzsche real.
El superhombre no es quien domina a los demás, sino quien se ha liberado del resentimiento, de la moral impuesta, de la necesidad de ser aceptado. Es quien tiene el coraje de crear su propio sentido, incluso si eso significa ir contra el mundo entero.
En ese sentido, el superhombre no es un conquistador. Es un disidente.
Y esa disidencia, hoy, podría verse en quien decide desconectarse del ruido digital. En quien piensa por sí mismo. En quien se permite ser vulnerable sin ceder a la corrección social. El superhombre es quien no negocia su autenticidad.
El eterno retorno: el examen final
De todas las ideas de Nietzsche, esta es la más existencial, la más aterradora, y también la más liberadora:
Si tuvieras que vivir esta misma vida, con cada detalle, una y otra vez, eternamente, ¿la aceptarías?
El eterno retorno no es una teoría física. Es una prueba. Una provocación. Nos obliga a mirar nuestra vida no como una prueba temporal, sino como algo que podría repetirse sin fin. Y en esa posibilidad, se mide la autenticidad de nuestras elecciones.
Nietzsche no buscaba que creas en una reencarnación infinita. Quería que vivas como si cada instante tuviera peso eterno.
Nietzsche en la era del algoritmo
Hoy vivimos atrapados entre algoritmos que predicen nuestros deseos, dopamina instantánea disfrazada de felicidad, y una cultura que glorifica la validación externa. Pensar por uno mismo es un acto subversivo. Desobedecer es sospechoso. Y el silencio interior es casi imposible.
En este contexto, Nietzsche no es un autor que leemos. Es un grito que ignoramos. Su legado es una advertencia: el precio de no pensar es ser pensado por otros.
Nos ofrece una salida. Pero no una salida fácil. Su camino es el del riesgo, el del dolor transformador, el del abismo que, si se mira con suficiente valentía, devuelve una mirada distinta.
Esta frase condensa el corazón del pensamiento de Nietzsche. El caos no es un enemigo. Es una posibilidad. Un campo fértil. El superhombre nace del caos. Y la libertad, esa que no pide permiso, también.
Pero esa libertad da miedo. Porque no tiene muletas, no tiene excusas, no tiene sistemas que la sostengan. Es un salto. Un vértigo. Y solo lo vive quien está dispuesto a mirar abajo sin aferrarse a nada.
Reflexión final
Nietzsche no quiso dejar una religión nueva ni un sistema cerrado. Nos dejó una herida abierta. Un espejo que no embellece, pero revela. Y una pregunta que nunca pierde vigencia:
“¿Estás viviendo una vida que repetirías para siempre?”
Si la respuesta es no, él no te juzgaría. Solo te invitaría a destruir lo que te ata, para reconstruirte desde el fondo.
Ese es su legado. Y también su desafío.
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